Dicen que hay un número importante de descubrimientos que fueron fruto del azar, como podría ser el caso de la penicilia (Fleming, aquel sesudo -a la par de desordenado- científico que se olvidó, por fortuna, de una placa con moho bactericida) o la radioactividad (Becquerel, en un descuido similar). Es lo que ahora llamamos serendipia.

Sin embargo, en lo cotidiano está, a veces, la fuente de la innovación. Un ejemplo: a pesar de que la humanidad usa bañeras desde tiempos inmemoriales, alguien, en este caso Arquímedes, va y se da cuenta de que el empuje del cuerpo que se sumerge, aparte de dejar perdido el baño, podría servir para saber si una corona realmente estaba hecha de oro puro o una aleación.

Por otro lado, no dejo de ver a mi alrededor jornadas, talleres y laboratorios de innovación, incluso en el sector social (y no siempre vinculado a las TIC como mucha gente identifica en un primer momento): parecería que está de moda. Pero no quiero restar valor a espacios donde compartir ideas útiles, como el universo de la metodología design thinking o herramientas como costumer journey map, por ejemplo, que me encantan.

A veces aprecio también cierto rechazo hacia este tipo de temas como si se tratase de un término friki que obviase la presión asistencial en Servicios Sociales. En este asunto, siento discrepar: conozco experiencias realmente innovadoras e incluso revolucionarias que salen de los Centros con peor ratio y carga de trabajo.

Otra cosa que tengo clara es que para innovar no hay que ser Fleming ni Arquímedes: ni tan siquiera un/a visionario/a. En mi caso, no deja de sonrojarme cuando me invitan a algún grupo de trabajo o evento sobre innovación, ya que no he innovado nada: como mucho, he plagiado, je. Por ejemplo, el cartel de las visitas a domicilio no es más que una copia del que ponen las compañías suministradoras en los edificios y la herramienta que espero pronto vea la luz en la atención social primaria en Madrid (interacción por email con usuarios/as) es muy similar a la que uso con el profesorado de mis hijos: copy-paste, vaya.

Por otro lado, hay que decirlo: la queja instalada es la kriptonita de la innovación. Es lo que tiene ser reactivo/a, lo cual no quiere decir que para innovar sea necesario ser un/a iluso/a: cualquiera sabe la diferencia entre reivindicación y toxicidad.

En definitiva, lo que quería poner sobre la mesa es que muy sencillo: innovar es cuestión de actitud, y por lo tanto, alcanzable si se cultiva (si bien puede haber situaciones y caracteres de base más propicios para ello). Es mi opinión, claro.

Ánimo.

Nacho

Os dejo con una de buen rollo. El Kanka: «Propongo un brindis preventivo por si acaso todo sale bien»

INNOVADOR/A ¿NACE O SE HACE?
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