Maranyosa 12 es un libro que dice mucho de quien lo ha escrito.

Alba es una escritora valiente, porque no trabaja con distancia de seguridad, sino que se moja   impregnando su vida personal (y familiar, jaja…) haciéndonos partícipes de ello. Pocas personas se atreven a volcarse así y hablar desde su intimidad (exponerse es un riesgo, y en el sector, lamentablemente, un riesgo «moderado-grave», en mi opinión).

Personalmente conecto muchísimo con la historia, no sólo por compartir «un ex-camarero» -el mío aún «es»-), sino por el recuerdo que me ha venido a la cabeza de todas esas personas que he conocido a lo largo de mi recorrido profesional (Paco, María, etc.) y que no protagonizan grandes gestas mediáticas (sí, personales), sino acciones cotidianas.

El libro no es (ni pretende serlo ) un sesudo texto académico (mil gracias), ni un tratado de servicios sociales, ni un manual de casos prácticos, ni una novela al uso: es el fruto del diálogo consigo misma (#Mimisma) de una compañera que tiene un grave problema (o la mejor de las virtudes): no puede evitar mirar lo que pasa alrededor.

Y es que, especialmente en las grandes urbes, las personas sin hogar (protagonistas del libro) pasan a formar parte del «mobiliario» urbano. Tanto, que cuando enseñas la ciudad a amistades foráneas, se quedan atónitas ante la «normalización» de esa estampa en autóctonos/as y a mí, la verdad, me avergüenza: he crecido con ese «paisaje» y con demasiada frecuencia ya no miro. 

Es crítica (no sé cómo habrá sentado en su institución), pero no criticona: se permite la queja, pero no se instala en ella y «tira pa´lante», algo admirable y de lo que estoy seguro el equipo de trabajo es cómplice: enhorabuena.

Maldice el hastío de la gestión (algo usual) pero reconoce que se hace necesaria para que nuestros clientes accedan a sus derechos: es decir, pone a las personas por delante de nuestros asuntos laborales, profesionales e incluso legales.

Mira y se interesa por los problemas de los otros, y, reconociendo los propios,  se lo hace mirar y declara que «eso sí es un DRAMA, amigas. En cambio, los nuestros son dramitas para pasar el rato»: frase para tatuaje 🙂 .

Además, en el libro, se agradece leer el lenguaje «del común de los mortales»: nuestro sector se encuentra inmerso en una especie de dictadura del lenguaje creciente, que a veces provoca que no sepamos de qué estamos hablando, e incluso acabamos llamando a la gente de maneras que no reconocen o que, incluso, rechazan.

Y pone sobre la mesa que, nuestra esencialidad, comporta riesgos. Tras el tsumani del COVID y las pantallas, Alba se jacta de practicar el riesgo de mirar, de implicarse y no olvidarse de que, igual, mañana, nos tocará a cualquiera estar ahí, al otro lado. Por eso, le parece de lo más maravilloso irse a la playa con las personas que acuden al servicio: me recuerda experiencias similares con «los míos».

Finalizo con la mejor frase, en mi opinión, que vale para quienes están «en la trinchera» como para quienes estamos «en la retaguardia»: «el día que dejemos de emocionarnos, enfadarnos ante estas situaciones, el día que perdamos ese halo en la nuca que nos mueve a correr a ver qué pasa, aquel día, las muertas seremos las trabajadoras sociales». Poco más se puede decir como resumen de Maranyosa 12.

Gracias infinitas, Alba, por este libro, que aconsejo leer. Para quien quiera adquirirlo, puede hacerlo a través de la tienda online de Alejandro R. Robledilllo, compañero que ha apostado por esta obra y a quien tenemos que agradecer el que esté hoy en mi casa y que rularé al camarero y entorno próximo.

Gracias a ambos. Pero especialmente a Alba. Te esperamos en Madrid.

Nacho.

MARANYOSA O #MIMISMA

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