«El código postal es más importante que el código genético» es una afirmación que cae a plomo sobre la sociedad de bienestar. A pesar de los avances, quienes nos dedicamos al campo social sabemos que, desgraciadamente, las políticas no han sido capaces de revertir las desigualdades entre quienes nacen en una u otra calle en los últimos tiempos. Empezamos mal el post.

La denuncia sigue sobre la mesa: «el ascensor de la movilidad social no funciona», como indica el reciente informe FOESSA. El Sistema viene últimamente configurando procedimientos compensadores, pero dentro de una lógica más subsidiaria que redistributiva que, lógicamente, requiriría cambios estructurales.

Sin embargo, rescato una frase que acabo de leer en «El silencio Administrativo» de Sara Mesa (aconsejo lectura): hay algo peor que vivir en un código postal «pobre»: NO TENER CÓDIGO POSTAL.

El sinhogarismo es una lacra que no conseguimos erradicar. Leo en programas iniciativas municipales que aplaudo (housing first / housing led, por ejemplo) pero noto cierta ausencia del papel de los Servicios Sociales de Atención Social Primaria. Parecería que estamos al margen, cuando nuestra aportación podría ser tremenda. Evidentemente, algo como el sinhogarismo no puede ser resuelto desde los Servicios Sociales, y apenas tiene poder un Ayuntamiento por sí mismo (por grande que éste sea) para acometerlo: no olvidemos que el mayor problema económico, al menos en las ciudades está en la cobertura del alojamiento.

En primer lugar, como le sucedía a la protagonista del libro, facilitando el empadronamiento en los propios Centros, si no hay solución mejor (sí, la norma permite empadronar en un banco de la calle, pero no puedo creer que sea una opción razonable para nadie).

Luego está el tema del tratamiento -seguimiento de estas personas. A mi juicio es común constituir (en las ciudades) servicios centrales que compaginan la atención a urgencias-emergencias, con la atención a las personas sin hogar, pero echo en falta disponer de servicios descentralizados de seguimiento. Otra cosa sería la gestión de centros de acogida u hogares de las diversas modalidades, aunque dependería del tipo de alojamiento: una vivienda autónoma debería llevar seguimiento de equipos zonales, por ejemplo.

En mi opinión, se peca de dotar a estas unidades «especializadas» y centralizadas (que hacen un gran trabajo, conste) de todo el peso de la intervención social con personas sin hogar, creando cierta «inclusión social virtual» (por exenta de parámetro territorial) cuando, al menos una parte, debería hacerse desde los Servicios Sociales de zona, si bien me da que esas unidades se han creado como respuesta a la incapacidad de éstos (insuficiencia de recursos técnicos y materiales (+ ágiles) principalmente, pero también por una actitud poco friendly, digamos) para llevarlo a cabo.  Igual todos/as tenemos que hacer una reflexión al respecto: adaptar procesos, profesionales, e incluso los propios centros.

Es más: a veces, reconozcámoslo, ocurre lo que cuenta el libro: caemos en ejecutar una función mas fiscalizadora (evitar el fraude, que, sí, puede haber en algún caso con el tema del padrón) que integradora (que indudablemente serán muchíiiisimos más casos), olvidando aquello del in dubio pro reo.

En conclusión: la cuestión es facilitar algo tan mínimo como un «código postal» a todas las personas que viven en una localidad y, poner en valor el territorio para el «tratamiento» de las personas en esta situación (y las prestaciones, claro) como herramienta básica para la inclusión social. Es urgente establecer mecanismos para evitar el infierno que vive la protagonista dentro de la locura burocrática de, también, los Servicios Sociales.

Ánimo.

Nacho

Ottis Redding: Sitting in the dock of the bay. Cantada por personas sin hogar. La letra me viene al pelo: «he vagado dos mil millas sólo para hacer de este muelle mi hogar».

 

SIN CÓDIGO POSTAL

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